martes, 19 de junio de 2018

La lacra de la falta de contacto.

A día de hoy, he visto muchísimos lugares donde, en mayor o menor medida, se demoniza el contacto, por ínfimo que sea, durante la práctica de artes marciales.

Esta demonización suele ser propia o más vigente en artes marciales tradicionales, más que en cualquier deporte de contacto o sistema de defensa personal. De algún modo, se ha desarrollado cierta creencia a que, como las artes marciales son sobre todo para perfeccionar el carácter del practicante, no es necesario darse golpes durante la práctica y que todo contacto debe ser o inexistente o leve a lo sumo.

Hay que admitir, que si el objetivo es simple y meramente "perfeccionar el carácter", esta afirmación es correcta. No hace falta recibir una sola patada si practicamos por el mero hecho de perfeccionar nuestro carácter, o para hacer ejercicio simple y llanamente, o para competir en según qué categorías, o para hacer exhibiciones.

El problema viene cuando, de algún modo, alguien intenta vendernos que podemos aprender ese arte marcial como un método de defensa personal pero, a la vez, en la práctica diaria no se permite e incluso se condena el contacto y, en ocasiones, incluso el combate.

Por poner ejemplos palpables y simples, el karate es el único sistema de combate que tiene penalizado el "contacto excesivo" durante la competición de combate. Da igual el sistema de combate que mires, boxeo, thai boxing, MMA, incluso el taekwondo, todos tienen permisividad plena en cuanto a la dureza de los golpes (para eso, llevan también protecciones). Por el contrario, en el karate, un golpe "demasiado fuerte" al rival supone penalización o descalificación.

Esto lo hacen escudándose en que el karate requiere tanto fuerza para golpear como control de la técnica para no dañar al oponente. Tampoco es del todo mentira. Es necesario tener autocontrol y tener la suficiente precisión para poder calibrar la intensidad y dureza de la técnica, si queremos dar un simple "toque de atención" o si queremos, directamente, matar a quien tengamos delante.

El problema es que basar el entrenamiento y combate en esto crea una falsa sensación de control y precisión, agravado además por unas protecciones, unas guantillas, de un grosor extremadamente excesivo para el contacto tan leve que se permite en esta competición.

Y todo esto se agrava mucho más cuando se toma la filosofía del karate de "un golpe, una muerte", haciendo referencia a que cada golpe tiene que ser definitivo, de modo que el combate de karate se acaba basando en que dos personas se lanzan una contra la otra, sueltan una, a lo sumo dos técnicas y si uno consigue rozar primero la cara o el torso del oponente, seguido de un gran grito carente de espíritu detrás, eso se considera un punto y no hay que hacer nada más.

Un ejemplo aún peor son estos sistemas en los cuales no se practica ningún tipo de combate. Hay mil millones de ellos, sobre todo muchos estilos de creación moderna con "técnicas tan letales que no pueden ponerse en práctica en combate 'amistoso' ni con protecciones porque sólo funcionan si pretenden matar al otro y sin protecciones". Pero, en lugar de hablar de esas gilipolleces de la new age, voy a hablar de algo que es un poco más antiguo pero que ha envejecido igual de mal, y a riesgo de que muchos de los que lean esto se me tiren al cuello por criticar su sagrado dogma.

Este ejemplo al que me refiero es el aikido. En aikido, todo se practica acorde a la mentalidad de la fluidez de energía, el movimiento circular y armónico para que nunca se interrumpa el flujo de ki hasta el final de la técnica. Todo eso es precioso, pero al final resulta inútil. Inútil como defensa personal, quiero decir. Resulta inútil cuando esto se aplica no solo al que se defiende, si no también al que ataca. Pocos son los lugares donde los practicantes de aikido aprenden a realizar ataques serios, con fuerza y con intención, de modo que el que se defiende se vea obligado a usar la técnica de un modo eficaz, y rudo si es necesario.

Al punto que quiero llegar es que no se puede basar un sistema que, supuestamente, sirve para defenderse en una situación real en un entrenamiento tan sumamente restrictivo. No puedes preparar a alguien para defenderse en la calle sin que esa persona experimente lo que es un buen puñetazo en la cara. No puedes preparar a alguien para defenderse en la calle sin que experimente lo que es que alguien ataque rápido, fuerte, con intención real de darte, ni tampoco sin experimentar lo que es que alguien oponga resistencia cuando intentas hacerle una proyección o una luxación.

Y con esto no quiero decir que hagamos el club de la lucha y salgamos todos de entrenar con la cara comida a hostias y patadas y con 4 dientes menos. No estoy haciendo apología del entrenamiento irresponsable, si no todo lo contrario. Lo que estoy diciendo es que, ocasionalmente, entrenamientos de combate con casco, guantillas y tibiales, en los que más o menos valga todo y en los cuales se pueda dar rienda suelta a nuestro repertorio técnico, al ingenio a la hora de usar técnicas, a pensar cómo aplicar o librarse de situaciones y, sobre todo, a hacerse al factor sorpresa, a la incertidumbre de que no va a venir lo establecido, lo canonizado por mi sistema o forma de competición, si no cualquier cosa, de cualquier manera.

Muchos alegan que este tipo de entrenamiento es para burros, para peleadores callejeros, que los artistas marciales somos eso, artistas, trabajamos las precisión y la finura, y un montón de gilipolleces más. Da Vinci era un artista, un maestro con el pincel, pillaba lienzo y pintura y hacía auténticas obras maestras, pero ni se le pasaba por la cabeza decir la gilipollez de que, usando la misma técnica, método y materiales, era capaz de pintar una fachada de un edificio de 6 plantas, porque la mera idea es absurda, estúpida y sin sentido.

Ya en el siglo XVI, Miyamoto Musashi dijo "sólo puedes pelear del modo en que has entrenado". No puedes esperar que haciendo únicamente trabajos preestablecidos, sin contacto, sin recibir un solo golpe, luego tengas una pelea real y que las cosas salgan bien. Si nunca has recibido un golpe fuerte, aunque sea llevando casco y guantillas, cuando te caiga la primera hostia en la cara, en el mejor de los casos, irás al suelo y ahí te quedarás. En el peor, te quedarás paralizado, sorprendido y anonadado mientras te caen 3, 4 o 5 más. Si nunca nadie te ha opuesto resistencia a una luxación o ha intentado zafarse de ella, cuando intentes aplicarla, el otro se va a librar de ella en 0,2, o no vas a poder aplicarla de forma efectiva porque el otro se estará moviendo. Si nunca nadie se te ha lanzado encima con la simple y mera intención de machacarte, sin importar técnicas bonitas, honor, lealtad o que te caigas al suelo, en el mismo instante que alguien vaya así a por ti, lo menos que puede pasarte es que te mees encima.

La cosa cambia muchísimo entre un combate reglado con alguien que, aunque quiera ganarte, ya sea por deportividad o por las normas, no va a hacerte daño y alguien cuya mirada dice claramente "voy a darte palos hasta que no puedas levantarte" y, además, está dispuesto a hacerlo. Y cuanto más cercano a una situación así sea el entrenamiento, más posibilidades de salir airosos de la situación real tendremos. Que no os engañen con cuentos de que "aunque no se practique combate, entrenando la técnica se consigue nivel para defenderse" ni de "no, es que esto es un arte y hay que trabajar con finura y estilo, pero luego sirve para la calle si entrenas duro". Es todo mentira. La única forma de aprender a usar tu sistema de lucha en un combate donde todo vale, es haciendo un combate donde valga todo, respetando el mínimo de normas de seguridad.

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